No se si te ha pasado algo similar...
Hace unos días, estaba conversando con una amiga cuidadora, y me comentaba que, a pesar de saber cuánto me importa el tema, no entendía bien por qué mezclo el cuidado de enfermería con las terapias holísticas. Para quienes no lo saben, mi primera profesión es Técnico en Enfermería. Sin embargo, antes de eso, pasé por varias universidades buscando mi área resonante. Por supuesto, no terminé esas carreras; fui esa estudiante que hizo un año de esto y otro de aquello. Esa parte de mi vida tiene un contexto que abordaré en otro momento.
Cuando surgió la posibilidad de estudiar a través del CAE, pude haber elegido psicología, de hecho, fue mi primera opción. Finalmente, decidí estudiar TENS no por vocación, sino por necesidad. Tenía una hija que mantener y, según mis cercanos, debía estudiar algo corto para trabajar pronto. Así lo hice y me gradué con distinción máxima. Ahora entiendo también la importancia de la mentalidad. Pero, ¡todo tiene su por qué!
Conocí ambos sectores...
Trabajé en el área de salud pública y privada durante algunos años, pero no pude quedarme allí. No era lo que quería; no soporté el trato, la violencia y la discriminación del sistema. Con el tiempo, entendí que mi vocación estaba en el servicio a las personas. Me arrepentí de no haber estudiado psicología y de haber decidido de la manera en que lo hice. Comprendí que lo mío era entender las experiencias, conocer, mirar desde distintas perspectivas. Deseaba ayudar a las personas, pero no cuando ya están en el hospital, no cuando es el final. Quería ayudarles antes, evitar que llegaran a esa situación. ¡Esa era mi misión! No quería atenderles en la sala de pie diabético y hacerles la curación, escuchar su dolor, su sufrimiento físico, ni los arrepentimientos y el perdón que imploran los desahuciados antes de morir. Tenía que existir alguna forma que me permitiera ayudar a evitar ese sufrimiento. Y así empezó todo.
¿Por qué las cuidadoras?
Porque las salas del hospital o la clínica, sin importar cuál sea, ni la clase social de quienes están en ellas, se llenaban de mujeres en las visitas. Era una situación transversal, y por supuesto, los recursos colaboran mucho en sobrellevar la dependencia de quienes amamos. Pero, al final, la mayoría eran mujeres. Mujeres que paralizan su vida para acompañar a personas que, en muchos casos, rehúsan cuidarse, se rehúsan a tomar responsabilidad por su salud, y no les importa que esas mujeres dediquen esas horas a estar en esas salas, acompañando. Mujeres que, si no van porque están cansadas, se sienten culpables, que asumen de manera inmediata que, si su ser querido está allí, ellas deben correr a visitarles, que es su responsabilidad. ¿Qué le vamos a hacer? En muchos casos, el juicio de los mismos enfermos reafirma la culpa.
Cuando hay un enfermo en casa, hay una mujer que se enferma después, en muchos casos, sin posibilidad de reposo ni de demostrar lo que le sucede. Una mujer que colapsa poco a poco, en silencio, que se apaga en virtud del enfermo, que pierde identidad porque se transforma en la mamá o la familiar de alguien y, además, debe seguir funcionando, dando ánimo, motivando, cuidando. No solo me motivó no escuchar más lamentos en el hospital, sino también poder apoyar a esas mujeres cuyas vidas quedan paralizadas por cuidar. Por esas mujeres que, además de cuidar, se sumen en la pobreza, perdiendo en muchos casos su autonomía económica.